El doble movimiento de la inculturación.
Cuando el Evangelio aterriza en una cultura, se produce un movimiento complejo de ruptura y continuidad. No hay inculturación sin transmutación cultural. Sin embargo, el cristianismo, como religión esencialmente dialogal, queda abierto a posibles novedades en su pensamiento y en su imaginario. La inculturación cambia el rostro histórico del cristianismo. Cuando entra en contacto con una nueva sensibilidad, deviene necesaria una reinterpretación de su mensaje y de su práctica. Esto sucedió en el encuentro con el mundo griego, y pasa también hoy.
Como ya se ha apuntado, en esta necesaria reinterpretación no partimos de cero. Küng decía que el cristianismo debe ser capaz de asumir los valores positivos presentes en la cultura y servirse de ellos para explicar mejor la fe cristiana. Esto es lo que nos permiten los libros, las películas, el arte en general, como manifestaciones significativas de la cultura. Gracias a la interacción con ellos, el cristianismo puede hacerse verdaderamente católico, universal. Pero no se trata de una simple adaptación de lenguaje. La experiencia cristiana fundamental, que testimonia el Nuevo Testamento, se reactualiza en un nuevo contexto cultural, hecho que da lugar a la nueva figura del cristianismo. Fieles a la experiencia esencial que nos transmitieron
los apóstoles, podríamos encontrar una nueva configuración de las proposiciones
de fe, de los símbolos, de las instituciones o de algunas normas éticas.
La Comisión Teológica Internacional lo expresaba de forma muy equilibrada
en su texto La única Iglesia de Cristo:
«Por un lado, el Evangelio revela a cada cultura y libera en ella el valor último de los valores de los que es portadora. Por otro, toda cultura expresa el Evangelio de manera original y manifiesta nuevos aspectos de él».
Por todo ello, podemos describir la doble pertenencia como una experiencia
interior de continuidad, continuidad entre mi experiencia cristiana y la tradición cultural en la que vivo. Por ejemplo: la compasión y la esperanza que reconozco en Las malas, novela de la escritora transgénero Camila Sosa Villada, continúan en la compasión y la esperanza inspiradas por el Espíritu Santo. Esta experiencia interior no
deja intacta mi vida de fe. Incluso puede cambiar el modo en que se estructura
el cristianismo dentro de mí. Obviamente, voy a tener que contrastar mi experiencia con la fe de la Iglesia, pero este encuentro ya ha empezado a provocar un discernimiento sobre lo que puede estar inspirando el Espíritu.
En realidad, esta experiencia de continuidad entre cristianismo y, por ejemplo, literatura solo es posible si admitimos que los valores positivos presentes en aquella pueden haber sido suscitados por el Espíritu de Dios, y que la historia espiritual de la humanidad, aun no confesando a Jesucristo ni integrándose en la Iglesia, sigue bajo
el movimiento del Verbo de Dios y de su Espírito, que es el Espíritu del Resucitado.
La verdad cristiana ayuda a reconocer la verdad presente en cada cultura, sin sustituirla ni fagocitarla.
Cuadernos CJ. Cristo y las culturas. Enero 2024. p. 22-23